Así quedó este año mi tarta de cumpleaños, derritiéndose y sin celebrar. La pena es que, como Dios quiso que naciera el día de la Milagrosa, tengo santo y cumple en un sólo día, con lo cual ya no hay posibilidad de festejo alguno.
Por fuerza mayor tuvimos que salir de viaje ese mismo día, ante el fallecimiento de un familiar muy especial y querido, lo primero siempre es lo primero y no lamento nada. Teníamos que estar allí; para mi fue enriquecedor en todo sentido, de un gran consuelo. Doy gracias a Dios por concederme la gracia de poder despedirme de ella, con lágrimas y rezos. Rezar ante sus restos mortales para que alcance la vida eterna, es el unico consuelo para los que aquí quedamos. Es penoso comprobar lo poco que se reza hoy día ante los muertos.
El 27 de noviembre fue un día muy triste para mí por varios motivos y lo siento, porque a pesar del miedo que siempre he tenido a este mes, debo reconocer que este año fue mucho más llevadero, pero no podía faltar la puntilla de los últimos días.
Bendito sea Dios que sabe lo que nos conviene, aunque duela, a veces por culpa propia.
Lo que más siento es que los peques se quedaron sin fiesta, con lo mucho que les gustan las celebraciones en casa de la abuela. Ya uno de ellos, Angelito de cinco años, había colocado las velas en la tarta, y, como en la inocencia de los niños está la verdad, así se quedaron:
57 años no son demasiados para todo lo que he vivido.
Este es el recuerdo más bonito de mi cumple y santo.